venres, 19 de febreiro de 2016

NICOLÁS MAQUIAVELO.

[…] La experiencia de nuestros tiempos nos hace ver a príncipes que realizaron grandes hechos sin tener en cuenta la palabra empeñada y que, engañando la buena fe de los hombres, superaron al fin a quienes se fundaron sobre la lealtad […]. No puede ni debe un príncipe sensato cumplir su promesa cuando su observancia le perjudica y desaparecieron las razones que se la exigieron. Si todos los hombres fueran buenos, no lo sería este precepto; pero, desde que son malvados y no la observarían con el príncipe, este no debe observarla con ellos. Nunca faltarán a un príncipe razones para ocultar la inobservancia de su promesa. De esto se podrían proporcionar innumerables ejemplos que indicarían cuántas paces y cuántos compromisos han sido vanos por la infidelidad de los príncipes; por esto salen siempre gananciosos quienes mejor han sabido imitar al zorro. Pero es necesario saber disfrazar bien esta naturaleza, y estar muy capacitado para fingir y simular; y tan simples son los hombres y tanto se someten a las necesidades presentes, que quien engaña encontrará siempre a quien se dejará engañar. En consecuencia, no es necesario a un príncipe tener todas las cualidades mencionadas, pero debe aparentarlas. Antes bien, me atrevería a decir que es perjudicial que las tenga y las observe siempre; mientras que, aparentándolas, son útiles. Lo será parecer clemente, fiel, humano, íntegro, religioso, y aun serlo; pero menester es estar siempre con el ánimo dispuesto a proceder de modo contrario, siendo necesario. Debe considerarse que un príncipe, sobre todo si es nuevo, no puede observar todas las reglas por las cuales un hombre es tenido por bueno, encontrándose a menudo en la necesidad, para conservar el Estado, de obrar en contra de la fidelidad, de la caridad, de la humanidad y de la religión. Pero es necesario que él esté dispuesto a plegarse, según lo exijan los acontecimientos y las variaciones de la fortuna y, según lo dije anteriormente, que sepa ser bueno, pudiéndolo, y malo si la necesidad lo impone. Procure el príncipe vencer y conservar el Estado, y los medios serán considerados honrosos y por todos elogiados, porque el vulgo se atiene siempre a las apariencias y a los acontecimientos, y en el vulgo prima el vulgo; los pocos quedan descartados cuando los muchos tienen donde apoyarse. […] Se reconocerá cuán laudable sería que el príncipe tuviera todas las buenas prendas, pero como no pueden poseerse todas, ni aun ponerlas perfectamente en práctica, porque la humana condición no lo consiente, es necesario que el príncipe sea tan prudente que logre evitar los vicios que le desposeerían de su principado; mas, no pudiéndolo, estará obligado a menos reserva cuando se rinda a ellos. Sin embargo, no le espante incurrir en la infamia de los vicios sin los que salvaría difícilmente su Estado, porque, ponderándolo todo, hay cosas que parecen virtudes y causan la ruina si se observan, y otras que parecerán vicios, aunque, si las sigue, supondrán su bienestar y seguridad. […] 
NICOLÁS MAQUIAVELO, El príncipe (1513)

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